He visto tus ojos buscando la salida al umbral de la muerte
para aferrarte a la vida, tu mirada desesperada con preguntas que tú sabías
inútiles porque tus brazos ya no luchaban.
He asistido a la sinopsis de tu
historia que querías narrar en un momento, con palabras arrancadas del jardín
que has sembrado con el tacto del mejor jardinero, con el empeño de tu
generosidad para regar con ella tus flores y hacerlas hermosas.
No he visto mi
pasado, solo te he visto a ti, y yo colgada de la esquina de una de tus alas,
intentando volar contigo para intentar no posar en los eriales nuestros sueños,
para desentumecer las sonrisas de la infancia y pintar con colores estridentes
los días grises y los inviernos gélidos.
Te he sentido absolutamente solo y he
intentado, como una pieza de puzzle, acoplarme en tu regazo, evitarte la
distancia que has recorrido en solitario y atraerte hasta el calor del fuego
para que olvides las aristas del hielo y recobres la inmensidad de ese universo
que expandes con tu presencia y tu palabra.
Con tu dolor me has hecho más
humana y por eso sé que ahora puedo derramar mis lágrimas sin que lleguen a
estrellarse en los cristales rotos sino alimentar con ellas mi alma.