El alma siente lo que el cerebro olvida y
transforma miles de formas para no imprimir sus imágenes en las pupilas
cansadas de tantas historias ya escritas, de tantos seres que de tan amados se
hicieron perversos. Me cansan los brazos, me tiembla el pulso y las piernas se
resisten a caminar por no encontrar guijarros que me hagan retroceder para
volver a mis días pasados, aunque los que procedan sean siniestros.
Se me agota el aliento de no encontrar el
sustento que pinte de luces lo que yo no encuentro y me hallo aquí sin haber
descubierto nada, sin haber sido nadie ni haberlo intentado porque los rostros
de los demás se han encargado de borrar mi mirada. Y me hallo aquí, arrastrando
mis muertos, recogiendo vestigios que, aun escasos, compusieron la melodía que
persigo cada mañana y se borra temprano con el tenue haz de amanecer que abre
mis ojos hasta que la realidad suplanta mis sueños de forma indecente,
arrancando la pobre sonrisa que por un momento me dejó respirar tranquila y,
afable, me regaló unos instantes de vida.
Por las palmas de mis manos abiertas se cuela
la arena de una playa lejana, que me ha dejado el sabor a la sal de su vientre,
el bullicio de las olas rompiendo, compitiendo unas con otras por besar antes la
orilla y por ser más hermosas. El azul de mil tonalidades que abarca peces,
rocas, viento, corrientes y plantas, amalgama de colores creadores de paletas
de pintores del alma. El ancestro más preciado del fondo de nuestro pasado y
resto de nuestro agonizante presente que transforma en carroña el espíritu que
en siglos pasado construyó catedrales y llamó Humanidad con sus ojos perplejos
ante el milagro del descubrimiento y posó su tiempo para beber de la sabiduría
que ya agotó el ser humano.
Miro alrededor y sólo descubro fantasmas con
las sonrisas borradas, con los ojos sin alma, repitiendo las mismas palabras
que borran de sus mentes la belleza de haber sentido en su infancia la libertad
de volar. Se han muerto las palabras y ha nacido el putrefacto olor a infierno,
donde no existe el abrazo, donde se exterminan los besos y sólo vencen los
abismos y el vacío, donde la ternura y las lágrimas han quedado desterradas
para ser sustituidas por la mentira y la inhóspita sospecha del prójimo. Y yo
me pregunto: ¿Quién está jugando al ajedrez con las piezas equivocadas?