Fuego y Tierra

martes, 11 de noviembre de 2014

A la querida infancia

He sujetado amaneceres hasta que la luz provecta de tanto empeño me ha negado el alivio de permanecer entre esos límites que separan los sueños de la tibieza de un nuevo día al que todavía no he de rendir cuentas.

Me he abrigado en el resuello de la mañana que no termina de nacer y he conseguido, en alguna ocasión, creer que las sucesivas estampas que llenarán las horas me proveerán de entusiasmo.  

Llego siempre a la conclusión que son únicamente las luminarias que aún reverberan en no sé qué estrato de mi condición las que me permiten oler sensaciones primarias e insondables. 

Son como algunos objetos que, escondidos y queriendo pasar desapercibidos, te asaltan desde cualquier rincón y te hacen sentir un súbito estallido de emoción. Son ráfagas de un mundo que era la infancia…tan desconectado del monolítico averno en el que nos movemos….tan colorido…tan insaciable…tan dibujado de risas. Creo que es esa,  la infancia, la única verdad que tuvimos. 


   










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