Llorar, para qué. Si pudiera con las lágrimas crear un
bosque, si con ello evitara la pena, si pudiera evadir la nostalgia y entender
las palabras esdrújulas que ponen el énfasis en el límite de la palabra, quizás
me merecería el esfuerzo, pero me falta el cobijo de la palabra serena, del
sosiego del aire en el placer del paisaje.
Me falta el amigo que esperé y nunca reconoció mi sonrisa
agradecida de su presencia y su mirada, a la que me faltaron notas musicales
para añadir a su grandeza por ser poeta que engrandecía mi alma y pintaba de
colores con pinceladas abstractas sus manos guiadas por aves extrañas. Me falta
el color de su alma, rellano de hospitalarias olas azules de los mares que culminan
agonizando en una isla entendedora de amores y eternos dioses creadores de
estrellas y cuentos interminables con fines inalcanzables.
Me faltas, amor, y me falta tu grandeza. Así te cuide Dios y
te resguarde tu sonrisa y tu mirada, digna de antiguos dioses y hechiceros
querubines inspirados en tu mágica pócima de sabiduría inalcanzable, de notas
musicales y palmas abiertas. Ojalá me concedas el beneplácito de haber sido en
un tiempo tu amiga y haber rozado en algún momento el hálito del aliento que
colorea tu presencia.
Ojalá, Cuba, toda entera, supo que Ceiba Mocha fue tuya porque
la creaste diosa y alimentaste su alma de sus frutas tropicales y de sus
ardientes mujeres, de las bocas del deseo y de las pieles abiertas. Ojalá que
tus ojos alcancen a verme para reconocerme como una amiga, como compañera de
sueños y espacios abiertos.
Ojalá, Roberto Cazorla, me vuelvas a mirar a los ojos y
expresar tus deseos.
Isabel Martínez Pita