Te dedico una canción desesperada, indolente, absurda, dedicada a tu mirada, a tus manos voladoras, a tu sonrisa, esa que arranca de tu rostro y finaliza en las nubes de tu alma.
A esa risa que juega a ser conmovedora y llena mi tiempo de brillos amarillos y celestes infantiles.
Te dedico un tiempo al juego de tu cuerpo acariciando el mío, resbalando nuestros sueños entre sábanas que se resisten a ser domadas y se enredan entre notas musicales que pretenden no olvidarse y aún así mis brazos te liberan de tu nombre y tu apellido como pájaros en tiempo de otoño, recogiendo su estancia para darles lugar a otra morada.
Te dedico las palabras que en mi garganta se agrietan del lodo de tantas lluvias acumuladas y pretenden diseñar espacios donde acoger recuerdos hechos girones para hacer almohadas donde reposar las cabezas cansadas y las ideas hostiles sin tejer filigranas ni arabescos, tan solo remiendos a las piezas descosidas y rotas.
Te ofrezco estas caricias de suspiros ajados, de lágrimas de origen ya incierto y de futuros muertos.
Pero todavía estoy ahí, en un hueco oscuro, acechando el momento adecuado para despojarme de mi piel y percibir el aliento de las horas que ensombrecen mi nombre y desdibujan mi pasado, escondido e ignorante de la presencia de las alas de los cuentos y de los infinitos atardeceres que se resisten al olvido.
Isabel Martínez Pita