Todas las mañanas una luz iracunda entra por mi ventana y,
con sus iridiscencias viscosas, se apodera de mi cuerpo y mi mente logrando
arrastrarme al vil fango diario de la rutina dictada por los que…no se sabe
quiénes …nos arrastran a la cotidianidad de un ritual satánico en el que se adormece
la sabiduría y la rebelión que nos han proporcionado horas antes los sueños, el
único escape de esta celda a la que han atornillado mis pensamientos.
Volutas de recuerdos de una historia revelada por los años
de una existencia involuntaria e imaginada bajo un patrón concebido de
antemano, se revuelcan con la masa gris que encarnan mis pensamientos y un
sabor ácido se adueña de mi boca y una mirada lasciva naufraga en el agua gris
y triste de un grifo abierto sin razón alguna.
No puedo volver a la cama para reencontrarme con mis
demonios alados que me trasladan al inhóspito vergel de los sátrapas que se
adueñan de mis mejores momentos de ausencia, así pues, recojo de antemano en un
saco los minutos que se descabezan del reloj de pared, todos los que me quedan
hasta que les pida auxilio, que suele producirse a la misma hora en que las
horas han reunido suficientes segundos.
He abierto los ojos con un café insatisfecho y observo en mi
derredor la quietud de una habitación que todavía no tiene movimiento, porque
aguarda a que el Sol pase aceleradamente por la ventana para poder demostrar la
terrible sospecha de que su letargo es permanente, de que sólo con mis ojos
podrá sentirse presente.
Abrir la puerta que me conduce a la calle es abrir el umbral
del infierno y traspaso primero un pie y luego otro, observando sus respuestas
ante la temible audacia de encontrarme con el otro, ese con el que me cruzaré
en la calle y que posiblemente lleve en su frente grabados sus recuerdos a los
que no me querré acercar. Quizá me encuentre con alguna sonrisa sumisa y
temerosa de que le mire a los ojos o quizá sea yo a la que me tiemblen las carnes
ante la mirada de alguien que, con perspicacia, se apodere de mis bajezas, de
mis propias limitaciones y extraiga de ellas un veredicto para ser quemada en
la hoguera.
Volveré a casa con la satisfacción de haber superado la
prueba, pero con la certidumbre de que los días que me restan por librar la
batalla habré de esconder el saco de mis sueños e ignorar la pesadumbre y la
miseria que se ha adueñado de mi estancia entre estos pequeños metros cuadrados
en los que habita mi existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario