Quisiera encerrarme en un cuarto vacío, sin nada en su
interior que pueda distraer mis pensamientos, sin ningún objeto que reclame mi
atención, nada que pueda servirme de fuga para el único objetivo de llorar, esa
actividad que no ejerzo desde hace tantos años.
Creo que fue una vil criatura
la que me arrancó un pedazo de mi ser, ese que estaba creado para asumir la
misión de desahogar la última esquina de mis sentimientos en la que una fina
barrera cumplía la misión de contener el llanto o dejar desbordarlo hacia un
exterior que se convertía en recaudador de mi angustia, en el único abrazo que
me permitía sosiego.
Como un borracho que cuando llega al límite de su aguante
vomita el caudal de su consumo, tras lo que se queda satisfecho y consigue que
su mente comience a razonar la forma de llegar cuanto antes al catre y ofrecer
los delirios a Morfeo, quien cuidará de ti y aprovechará tus salvajes sueños
para tejer su leyenda.
Llorar…esa aspiración física y emocional que cuando la nombro se me representa como un desierto conmigo en medio y rodeada de amplios espacios-tiempos en los que me siento completamente abandonada y anonadada de mis propios ojos secos que son la alarma de un espíritu árido y condenado a la soledad.
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