Fuego y Tierra

martes, 24 de diciembre de 2013

Cronos, ese implacable tirano

No es que quiera detener las horas, es que quiero que el reloj se muera, languidezca con su propio tiempo. Quiero que los minutos dejen de tener segundos y recorran perezosamente las esferas. 

Quiero hacer estallar las agujas, que vuelen por fin sin estar sujetas a esas máquinas infernales que todos hemos de mantener cerca, a pesar de los inventos de la ciencia y las especulaciones de los sabios, allí están los malditos tic tac de la sobremesa, de la pared, de la cocina, apuntalando mis oídos, indiferentes a mis pensamientos y al recorrido de mi mano cuando acaricio mi perro. 

No quieren saber nada de mí cuando hablo porque acotan mis frases y las mandan al olvido como paquetes que no tienen reciclo. Señalan mis miradas y apuntalan mi sosiego con su indiferencia. Cruel desvarío organizado de algún matemático perverso que nunca tuvo presente la belleza de la inercia. 

Quiero travestir los relojes de mi existencia, esos absurdos bastardos que me rodean y se instalan a pesar de mi desprecio. Esos relojes marcan mis pasos, convierten las imágenes en melancolía barata y me obligan a renunciar a mis deseos y a claudicar ante su paso implacable, cerrando la cremallera del diario paquete que, parece ser, dicen los demás, son nuestra suerte. 

Esos movimientos empeñados en su ritmo son una horrible paradoja de la vida, son la más abyecta mentira del más infernal de los tiranos, sin embargo, aquí estamos, rindiéndole pleitesía y acobardándonos ante su eterna compañía.













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