Fuego y Tierra

viernes, 29 de noviembre de 2013

Como la cola de un cometa

La cola de un cometa que se extingue, el astro que se enfría con las  miríadas de un tiempo indefinible, así se revuelca el reloj entre sollozos y lágrimas persiguiendo la dulzura de un pasado que quizás nunca existió, pero que con su simple historia nos permite alardear de nuestra identidad. 

Con los hombros hundidos araño en la playa de mi niñez las respuestas que forman parte de  mi errático camino y, como en un puzzle, creo leer entre líneas un porvenir adverso. ¿Cuánto dolor está el ser humano preparado para llevar en su equipaje? ¿Cuántos recuerdos pueden acumularse para que la piel no reviente?. 

Nunca se sabe, pero los ojos se agrietan y la sonrisa se entumece con las fechas siempre acechando el signo del futuro. Y la noche es larga, y el Sol no se sostiene si no le sonríes y la mañana deja de tener sentido. 

Aferrada a mis palabras que son el hálito de mi aliento y me conducen a escribir o simplemente ensoñar las fantasías de  los momentos con los que he pintado mi existencia. Procuro no permanecer inerte a los segundos que me advierten de los hallazgos sorprendentes y, sin embargo, me encuentro siempre con el mismo monstruo que acaricia mi mente.       









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