Profeso la religión de una especie en desuso, donde las orquídeas no se mezclan con las malvas, mientras las amapolas levitan y evitan con su tallo el suelo.
Profeso una religión que me impele a caminar despierta con los sueños clavados en las pupilas, mis manos abiertas para dejar pasar entre los dedos la mirada tosca, la palabra hueca, el sentimiento podrido.
Profeso una religión en la que me siento castillo habitando un hueco.
Mis pecados son mariposas revoloteando en mi mente. Las atrapo, las observo y vuelven a alzar el vuelo.
Mi confesión es la palabra que sale de mi boca y no retengo.
Mi comunión es el alma que encuentro suspirar la belleza de la amplia gama de la vida que va desde la muerte a la esperanza.
En mi religión no hay epitafios, tan solo una maleta con una tierna sonrisa dentro.