Aparco mi coche, apago los destellos de las farolas para que no me alumbren, para que no me sientan y escucho la monotonía del silencio queriéndome hablar en un extraño lenguaje que no entiendo.
Pobre alma entretenida en juegos adversos, en distancias que no comprendo de razones para ser sacrificadas al verso, pobres palabras que ricas en su nacimiento no llegan a comprobar la textura del alcance de su espuma, de las olas que las elevan al cielo para respirar las miríadas de estrellas que engullen con su belleza su significado profundo y...sin embargo...vuelven a ser ellas...más sabias ...más hermosas.
Otra vez, las manos vacías y el corazón enrojecido, los párpados caídos hacia la tierra que hicieron muchos días que volaran hasta un infinito que no sabe del abrazo humano para medir sus distancias.
Pobres lágrimas que intentan precipitarse hacia pozos insospechados, sin pensar que el negro que oscurece ese hueco profundo no es más que la distancia que hallamos entre nuestra tristeza de los tiempos cosechados y la esperanza incierta que nuestros sueños nos forjan cada día que queremos vivir. Un llanto a la poesía que tanta falta hace para volar, para esculpir las sonrisas que provocan ángeles.
Isabel Martínez Pita
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