Mi Dios que es mi vida entera, el transcurso de las horas, los acontecimientos que encauzan las olas sobre las que me arrastro hacia playas que, inauditas, me muestran paisajes siempre insospechados y a los que nunca espero porque la álgebra de mi lenguaje no tiene suficientes notas para modular los entornos, las asperezas y vibraciones de que se componen la mañanas que encadenan las horas de un reloj salvaje que me tiraniza para no sublevarme.
Aunque mi imaginación diga BASTA, aunque mi corazón quiera torcer una esquina sin pedir permiso y mis brazos se extiendan para responder al aire. Aunque mi ventana me ofrezca la vista de la soledad de mi alma y mi perro me observe con sus ojos graves y silenciosos, con los que intenta recordarme que existo, me falta el aliento para comprender nada.
No poseo la llave, estoy despojada de la música que acompaña los días cuando te levantas y esa tenue sensación de una puerta abierta que te ofrezca el aliento para comenzar el vuelo y emitir la palabra adecuada con la que hacer del mundo tu morada.
Estoy alejada del cuadro que representan los humanos y lloro, lloro porque piso la tierra y no me siento en ella...y miro a los ojos de la gente y me atrevería a medir la distancia que existe entre su pupila y mi cerebro. No entiendo nada...pero lloro...y de qué me sirven las lágrimas?
Isabel Martinez Pita
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