Ya llega la noche, el manto que cubre mis ojos, la sábana que me cobija, la almohada en la que descansa el depósito de mis pensamientos suicidas.
Ya me alberga la nada en su mullido vacío y me hastía la hartura de saber que mañana los títeres de esta cruel pesadilla volverán a danzar la consabida partitura que les anima.
Y, otra vez, me quedaré sola, intentando cubrir mis heridas para que nadie se atreva a descubrir la profundidad que las horada, para que nadie intente pintar de colores la amalgama de sustratos que he alimentado en los vórtices que han ido construyendo el andamio que me sustenta.
Ya llega la noche y con ella el viaje a los tormentos alados que proporcionan siluetas a los monstruos que silentes me esperan en los rincones insospechados del alma. Aquí están los minutos, las horas, los años que acumulo travestidos en intentos desesperados de ser pasajeros en un camarote de primera.
Encuentro mis brazos aferrándose al lecho, deseando que sea el último viaje que me lleve hasta las olas del mar y me precipite hacia el horizonte, que me devuelva a la sustancia salina de la que me he nutrido.
Ya llega la noche y sé que, desgraciadamente, no me aportará nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario